Thursday, November 14, 2013

Algunos recuerdos de Ángela Deago Rodríguez



Entre las personas memorables que he conocido, mi suegra, Ángela Deago Rodríguez, figura como una de las primeras.  Nacida en una familia de ocho hijos en Panamá rural en la década de los años 1920, ella tuvo que empezar a trabajar a temprana edad.  Desde los nueve años cabalgaba sola a los pueblos cercanos, cruzando campo y río para vender los productos de la finca.
Nunca se casó pero siempre encontró la manera de mantenerse a sí misma y a sus tres hijos. Lita siempre sabía superarse con lo que tenía. Al principio, recogía, cortaba y vendía leña.  Como me dijo, una vez vendió suficiente leña para comprar tantos cocos como  para llenar un cuarto.  Entonces, hizo y vendió tanta cocada que pudo comprar materiales para construir su primera casa. Más tarde, compraba carne o puerco para cortar y vender.  Utensilios necesarios en la casa de Ángela eran dos ollas enormes – una de cobre para hacer cocada y cabanga, y otra de hierro para freír chicharrón.  Y todo se hacía en el jardín sobre una fogata.  También necesarios eran dos baldes inmensos – uno para guardar la melaza para hacer cocada y el otro para manteca.
Su producto principal fueron los chorizos que le hicieron famosa.  Nunca olvidaré las tripas que colgaban como cortinas del techo bajo detrás de su casa, ni el olor de la grasa.  Una vez picado, condimentado y rellenado, Ángela llevaba los chorizos para vender en el pueblo, y sobre todo, en las oficinas del gobierno. Muchas veces viajaba en chiva para vender los chorizos en la capital.  Me decía que nunca había suficiente para la demanda y que los oficiales hacían fila para el privilegio de comprar los chorizos de Lita porque siempre eran de la mejor calidad.
Esta industria una vez la llevó a conocer al General Torrijos.  Como me lo contó ella misma, Ángela estaba en Chitré, en la calle, vendiendo puerco.  En esta ocasión, el inspector de carne la vio y le dijo que no podía vender puerco ahí y no sin un permiso oficial.  Ángela, que no quería dejar su negocio, le dijo al inspector (con un lenguaje muy específico, bien condimentado con algunas palabrotas) precisamente lo que ella pensaba de él, y siguió vendiendo puerco.
Unos días después cuando estaba picando puerco para chorizo, Ángela oyó que alguien tocaba la puerta.  Algunos guardias entraron su casa, con sus carabinas, y le dijeron que tenía que acompañarlos porque el General, entonces en un campamento en la playa de Parita, quería verla.  Ángela, sin miedo alguno, replicó que no podía porque el puerco pudría.  Al fin y al cabo, ya que los soldados no podían convencerla, resultaron pagándole $200.00 por el puerco y la llevaron al General.  Sucede que lo que quería el General fue que Ángela le contara, palabra por palabra, las palabrotas que  le había dicho al inspector de carne, porque según él, era tiempo para un buen chiste.
Su negocio de chorizo le llevó a otro negocio que empezó años después.  En los años 1970, la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) ofrecía préstamos en Panamá.  Alguien sugirió que su negocio de chorizo sería una buena inversión.  La trataron de convencer, pero al principio, Ángela resistía.  “Ud. Podría construir una gran cocina, sanitaria y profesional”, le dijeron, pero Ángela sabía que el mejor lugar para hacer chorizos era y siempre sería su jardín.  “Ud. podría emplear trabajadores que harían el trabajo”, decían.  Pero Ángela sabía si ella quería que algo se hiciera, siempre era mejor hacerlo ella misma.  Pero al final, decidió aceptar el préstamo de $10,000.00, puso el dinero en el banco, y emprendió otro negocio, el de dar préstamos.  Con el dinero que ganó del nuevo negocio más tarde pudo cancelar el préstamo de AID y pudo seguir haciendo préstamos que, con los intereses, le darían suficiente para mantenerla en su vejez.  Luego, durante el embargo de los EE.UU y la invasión de 1989-90, encontró otro negocio.  En aquel entonces, dinero en efectivo no siempre se podía conseguir y los que recibían su sueldo en cheques no podían convertirlos a dólares.  Así que Ángela compraba cheques con dólares, guardando una cantidad por su servicio.  Más tarde, cuando el dinero se soltó nuevamente en el país, ella depositó los cheques, haciendo una buena ganancia.  Mientras tanto, los trabajadores que le vendieron sus cheques también beneficiaron porque tenían con que comprar comida y otras necesidades.
Además de su talento para el negocio, Ángela es conocida como poeta.  Como los antiguos juglares españoles y los más contemporáneos creadores de corridos y décimas, la poesía de Ángela es un arte oral.  Ella tenía una mente fenomenal para la rima, la métrica, la metáfora, y una memoria infalible. La gente solía venir a su casa para pedirle que compusiera un poema para honrar este u otro evento, o para la reina de este u otro festival, y Ángela, picando puerco o haciendo cocada, componía el poema.  Una vez, cuando estaba vendiendo algo en el pueblo, le pidieron venir de una vez a la plaza para recitar uno de sus poemas.  Aquella vez, dijo que no, porque no se había peinado y no llevaba zapatos.  Alguien le dio un peine y otra persona zapatos, ella se arregló ahí mismo y fue a la plaza para declamar su poesía.
Ángela siempre ha tenido una mente independiente, algo que a veces le alejaba de su familia.  Sin embargo, este espíritu independiente causó que ella buscara o creara oportunidades no siempre vistas por almas más tímidas.  Católica por nacimiento, siempre le interesaba saber cómo pensaba y cómo creía otra gente.  La foto con ella y el general en El Congreso Nacional de la Mujer es otro ejemplo de su sed para experiencias y conocimiento.  Cuando quería viajar, promovió excursiones y vendió suficientes boletos para ganar su propio pasaje.  Así hizo varias giras por América Central y hasta a Europa.
Ángela también ha sido una persona generosa.  Su familia sabía que en momentos de necesidad, ella los ayudaría.  Era generosa con otros también.  Una vez, llegó una mujer desconocida en Monagrillo, buscando  atención médica para su hijo enfermo.  Desafortunadamente, su hijo murió y el sacerdote rehusó decir misa porque a la madre, no le quedó dinero para pagarle.  En un pueblo de mucha gente más rica, fue Ángela, la pobre madre soltera que le dio a aquella señora desconocida el dinero que necesitaba para enterrar a su hijo.
Si hubiera vivido en otra época y otro lugar, con su talento, inteligencia, industria y valentía habría tenido una carrera exitosa en negocios o habría sido poeta de renombre, o quizás se hubiera entrado en la política. Sin embargo, en su entorno es reconocida como una mujer emprendedora, inteligente, creativa y generosa, recordado por muchos, especialmente por sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos.