Algunos recuerdos de Ángela Deago Rodríguez
Entre las
personas memorables que he conocido, mi suegra, Ángela Deago Rodríguez, figura
como una de las primeras. Nacida en una
familia de ocho hijos en Panamá rural en la década de los años 1920, ella tuvo que
empezar a trabajar a temprana edad.
Desde los nueve años cabalgaba sola a los pueblos cercanos, cruzando
campo y río para vender los productos de la finca.
Nunca se
casó pero siempre encontró la manera de mantenerse a sí misma y a sus tres
hijos. Lita siempre sabía superarse con lo que tenía. Al principio, recogía,
cortaba y vendía leña. Como me dijo, una
vez vendió suficiente leña para comprar tantos cocos como para llenar un cuarto. Entonces, hizo y vendió tanta cocada que pudo
comprar materiales para construir su primera casa. Más tarde, compraba carne o
puerco para cortar y vender. Utensilios
necesarios en la casa de Ángela eran dos ollas enormes – una de cobre para
hacer cocada y cabanga, y otra de hierro para freír chicharrón. Y todo se hacía en el jardín sobre una fogata. También necesarios eran dos baldes inmensos –
uno para guardar la melaza para hacer cocada y el otro para manteca.
Su producto
principal fueron los chorizos que le hicieron famosa. Nunca olvidaré las tripas que colgaban como
cortinas del techo bajo detrás de su casa, ni el olor de la grasa. Una vez picado, condimentado y rellenado,
Ángela llevaba los chorizos para vender en el pueblo, y sobre todo, en las
oficinas del gobierno. Muchas veces viajaba en chiva para vender los chorizos
en la capital. Me decía que nunca había
suficiente para la demanda y que los oficiales hacían fila para el privilegio
de comprar los chorizos de Lita porque siempre eran de la mejor calidad.
Esta
industria una vez la llevó a conocer al General Torrijos. Como me lo contó ella misma, Ángela estaba en
Chitré, en la calle, vendiendo puerco.
En esta ocasión, el inspector de carne la vio y le dijo que no podía
vender puerco ahí y no sin un permiso oficial.
Ángela, que no quería dejar su negocio, le dijo al inspector (con un
lenguaje muy específico, bien condimentado con algunas palabrotas) precisamente
lo que ella pensaba de él, y siguió vendiendo puerco.
Unos días
después cuando estaba picando puerco para chorizo, Ángela oyó que alguien
tocaba la puerta. Algunos guardias
entraron su casa, con sus carabinas, y le dijeron que tenía que acompañarlos
porque el General, entonces en un campamento en la playa de Parita, quería
verla. Ángela, sin miedo alguno, replicó
que no podía porque el puerco pudría. Al
fin y al cabo, ya que los soldados no podían convencerla, resultaron pagándole
$200.00 por el puerco y la llevaron al General.
Sucede que lo que quería el General fue que Ángela le contara, palabra
por palabra, las palabrotas que le había
dicho al inspector de carne, porque según él, era tiempo para un buen chiste.
Su negocio
de chorizo le llevó a otro negocio que empezó años después. En los años 1970, la Agencia para el
Desarrollo Internacional (AID) ofrecía préstamos en Panamá. Alguien sugirió que su negocio de chorizo sería
una buena inversión. La trataron de
convencer, pero al principio, Ángela resistía.
“Ud. Podría construir una gran cocina, sanitaria y profesional”, le
dijeron, pero Ángela sabía que el mejor lugar para hacer chorizos era y siempre
sería su jardín. “Ud. podría emplear
trabajadores que harían el trabajo”, decían.
Pero Ángela sabía si ella quería que algo se hiciera, siempre era mejor
hacerlo ella misma. Pero al final,
decidió aceptar el préstamo de $10,000.00, puso el dinero en el banco, y
emprendió otro negocio, el de dar préstamos.
Con el dinero que ganó del nuevo negocio más tarde pudo cancelar el
préstamo de AID y pudo seguir haciendo préstamos que, con los intereses, le darían
suficiente para mantenerla en su vejez. Luego,
durante el embargo de los EE.UU y la invasión de 1989-90, encontró otro
negocio. En aquel entonces, dinero en
efectivo no siempre se podía conseguir y los que recibían su sueldo en cheques
no podían convertirlos a dólares. Así
que Ángela compraba cheques con dólares, guardando una cantidad por su
servicio. Más tarde, cuando el dinero se
soltó nuevamente en el país, ella depositó los cheques, haciendo una buena
ganancia. Mientras tanto, los
trabajadores que le vendieron sus cheques también beneficiaron porque tenían
con que comprar comida y otras necesidades.
Además de su
talento para el negocio, Ángela es conocida como poeta. Como los antiguos juglares españoles y los
más contemporáneos creadores de corridos y décimas, la poesía de Ángela es un
arte oral. Ella tenía una mente
fenomenal para la rima, la métrica, la metáfora, y una memoria infalible. La
gente solía venir a su casa para pedirle que compusiera un poema para honrar
este u otro evento, o para la reina de este u otro festival, y Ángela, picando
puerco o haciendo cocada, componía el poema.
Una vez, cuando estaba vendiendo algo en el pueblo, le pidieron venir de
una vez a la plaza para recitar uno de sus poemas. Aquella vez, dijo que no, porque no se había
peinado y no llevaba zapatos. Alguien le
dio un peine y otra persona zapatos, ella se arregló ahí mismo y fue a la plaza
para declamar su poesía.
Ángela
siempre ha tenido una mente independiente, algo que a veces le alejaba de su
familia. Sin embargo, este espíritu independiente
causó que ella buscara o creara oportunidades no siempre vistas por almas más
tímidas. Católica por nacimiento, siempre
le interesaba saber cómo pensaba y cómo creía otra gente. La foto con ella y el general en El Congreso
Nacional de la Mujer es otro ejemplo de su sed para experiencias y
conocimiento. Cuando quería viajar,
promovió excursiones y vendió suficientes boletos para ganar su propio
pasaje. Así hizo varias giras por
América Central y hasta a Europa.
Ángela
también ha sido una persona generosa. Su
familia sabía que en momentos de necesidad, ella los ayudaría. Era generosa con otros también. Una vez, llegó una mujer desconocida en
Monagrillo, buscando atención médica
para su hijo enfermo.
Desafortunadamente, su hijo murió y el sacerdote rehusó decir misa
porque a la madre, no le quedó dinero para pagarle. En un pueblo de mucha gente más rica, fue
Ángela, la pobre madre soltera que le dio a aquella señora desconocida el
dinero que necesitaba para enterrar a su hijo.
Si hubiera
vivido en otra época y otro lugar, con su talento, inteligencia, industria y
valentía habría tenido una carrera exitosa en negocios o habría sido poeta de
renombre, o quizás se hubiera entrado en la política. Sin embargo, en su
entorno es reconocida como una mujer emprendedora, inteligente, creativa y
generosa, recordado por muchos, especialmente por sus hijos, nietos, bisnietos
y tataranietos.
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